Escalera Dorada

En 1519, el polivalente artista renacentista Diego de Siloé, hijo de Gil de Siloé, diseña esta espectacular escalera, la conocida como Escalera Dorada, para, con sus 39 peldaños, salvar el importante desnivel existente entre la portada de la Coronería  y la nave de crucero de la Catedral de Burgos.

Si el mérito artístico de la obra hay que atribuírselo al genio renacentista, esta escalera es otra de las aportaciones monumentales a sumar al haber del obispo de la seo burgalesa Juan Rodríguez Fonseca (1514-1524).

La Puerta de la Coronería o de los Apóstoles, abierta en el lado norte del crucero, se sitúa en un plano bastante más elevado que el suelo del templo. Ese desnivel era salvado mediante una escalera que, además de incómoda, suponía abusos por el tránsito de personas entre las zonas alta y baja de la ciudad. Hay que tener en cuenta que la Coronería se abre a la calle principal del Burgos medieval por la que discurre el Camino de Santiago y que en la actual Plaza Mayor de Burgos, en el extremo opuesto de la catedral, se situaba el Mercado Menor. Hay constancia documental en las Actas Capitulares (1465) de prohibiciones de uso de esa antigua escalera: que no pase nadie con cueros de vino ni jarros, ni con carne muerta ni viva ni con aves ni con cabritos ni corderos…

En 1516, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca por razones prácticas y, sin duda, también estéticas mandó derribar, contra la opinión del Cabildo,  aquella vieja escalera y abrir en un costado la puerta de la Pellejería. Esto causó malestar y protestas de los vecinos, lo que le llevó a promover, tres años más tarde de su derribo, la  reconstrucción de la citada escalera. Para ello contó con el artista burgalés Diego de Siloé, uno del los genios del renacimiento español.

El joven arquitecto y escultor había adquirido una sólida formación durante su estancia en Italia. El proyecto fue expuesto por el prelado y el artista ante el Cabildo el 4 de Noviembre de 1519. Recogen las actas que el prelado Fonseca propuso sobre que quería tornar á facer la escalera en la puerta alta de la correría donde solía, la cual él había mandado quitar et que agora la quería facer conforme á una traza que mostró en el dicho Cabildo Diego Sylue imaginario.

Se inició pronto la obra, pues en su parte arquitectónica y escultórica ya estaba concluida en 1522. Ese mismo año comenzó a trabajar el francés maestre Hilario en las labores de los antepechos y pasamanos en hierro sobredorado, obra tasada en 1526 por los plateros Espinosa y Juan de Orna. Especial mención merece la rejería de la zona superior, aquella que puede actuar como púlpito,  y en la que aparecen dos medallones representando a San Pedro y San Pablo.

Siempre se ha elogiado la ingeniosa solución dada por Diego de Siloé a los obstáculos que presentaba el lugar. Organiza la escalera a partir de un tramo recto inicial de subida que se abre en dos tiros laterales y que, desde sendas mesetas en los laterales, se vuelven a encontrar en la parte superior. Es algo parecido a lo que resuelve poco después Miguel Ángel para la Biblioteca Laurenciana de Florencia. Es probable que el joven Siloé se inspirara en el proyecto de Bramante para el Cortile Belvedere en el Vaticano, desaparecido poco después.

Salvó así en un reducido espacio, sin entorpecer el paso por la puerta de la Pellejería, los ocho metros de desnivel existentes entre la base del templo y la puerta de la Coronería.

Además del diseño arquitectónico hay que valorar los motivos que decoran la escalera. El contenido iconográfico a base de grutescos, motivos vegetales, figuras humanas, bichas, esfinges y otros animales fantásticos, incorporados por Siloé en la decoración de los muros y los arcos de la escalera, constituyen una auténtica novedad dentro del incipiente arte renacentista español.

Recibe el nombre de Escalera Dorada por los brillos del metal sobredorado de la barandilla.

La obra del burgalés fue admirada por su belleza y elegancia durante siglos, tanto es así que la Escalera Dorada sirvió de inspiración para realizar la escalera de la famosísima Ópera Garnier de París en el siglo XIX.

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